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Cuando la política se convierte en show

  • Foto del escritor: Verboclaro
    Verboclaro
  • 5 feb
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 25 may



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Por: Verboclaro


La noche del 4 de febrero de 2024, Gustavo Petro decidió exponer el mecanismo interno del poder: seis horas de transmisión en vivo del Consejo de Ministros. No hubo cortes, ni ediciones. Solo el Gobierno en su estado más crudo: discusiones, desacuerdos, miradas tensas, silencios espesos. Un ejercicio inédito en la historia política del país: también, una apuesta riesgosa.


La iniciativa se inscribe en un marco de apertura radical. La idea es mostrar que el Gobierno debate, que las decisiones no emergen de la imposición, sino de la deliberación. En un país donde la política se mueve entre la sospecha y la desconfianza, donde la opacidad es norma y la información es privilegio de pocos, la posibilidad de ver a un gabinete en pleno ejercicio de la discrepancia parece, en principio, un gesto democrático.


Pero la transparencia, como todo, tiene un límite. Cuando se lleva al extremo, cuando convierte el debate interno en un espectáculo abierto, corre el riesgo de ser contraproducente. Un gobierno necesita transmitir cohesión y dar la sensación de que sabe hacia dónde va. La imagen de un Ejecutivo enredado en discusiones interminables puede ser vista como un signo de pluralismo, pero también de desorden y el caos es el oxígeno de la oposición. 


Petro comprende las reglas de un tiempo donde gobernar no es solo administrar, sino narrar. En la era digital, los decretos pesan menos que las imágenes; los discursos, menos que los memes; el control no está en la acción, sino en la capacidad de moldear la conversación pública.


Y entonces ocurrió el quiebre. Francia Márquez tomó la palabra. Su tono, inquebrantable. Sus palabras, una grieta expuesta: "Me alegra y saludo que este Consejo de Ministros se haga de manera pública, porque me duele que en este Gobierno, que yo ayudé a elegir, no hay transparencia en muchas acciones y hay muchos casos de corrupción".


Luego, sin titubeos, encaró a la canciller Laura Sarabia: "Le he tenido que decir que me respete porque yo soy la vicepresidenta".

El impacto fue inmediato, las redes sociales hicieron su trabajo: fragmentaron, viralizaron, redujeron la complejidad a un loop de segundos. En la era de lo efímero, la política se decide en clips de treinta segundos, en memes, en titulares que deforman la realidad, pero la moldean con más eficacia que cualquier rueda de prensa.


La escena evoca a Guy Debord y su Sociedad del espectáculo: en un mundo gobernado por lo visible, lo que se muestra no es necesariamente lo que es, sino lo que se quiere que sea. Petro apostó por un acto de transparencia extrema, pero la percepción no la controla quien muestra, sino quien observa. La duda quedó instalada.


Las reacciones no tardaron: Juan Fernando Cristo, ministro del Interior, pidió las renuncias protocolarias. Vicky Dávila, implacable, trazó un paralelismo con el modelo chavista. Los analistas se dividieron: ¿jugada maestra o torpeza letal?

Mientras tanto, en las pantallas, el Consejo de Ministros se imponía en audiencia. Según datos de Kantar Ibope Media, alcanzó 5,15 puntos de rating, ubicándose en el cuarto lugar entre las producciones más vistas por los colombianos. Superaba a La casa de los famosos.


La política, devorada por el espectáculo.


¿Qué significa eso? Que el país miró, que el país juzgó.


La maniobra fue calculada en un entorno donde la narrativa define la realidad, quien controla la conversación, controla el poder. Petro lo sabe, exponer el debate interno, no fue ingenuidad, fue táctica. Llevar la política al terreno del espectáculo no es un error, es una estrategia en tiempos de hiperconexión. Pero la transparencia, como cualquier artificio, requiere control.


El problema es que mostrar no es lo mismo que gobernar. Si la exposición constante no se traduce en acciones concretas, la transparencia deviene en vacío. La gente puede aceptar el conflicto, pero no la parálisis. En política, revelar es una estrategia. Gobernar, una obligación.


Petro eligió exponer su gobierno en su forma más descarnada. 

Ahora, lo que está en juego no es la transparencia, sino el resultado. No es la transparencia, sino el resultado.

 
 
 

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